MISOGINIA
Y EL SEXISMO BENEVOLENTE
Colaboración
para Global Media
01
octubre 2018.
¿Las mujeres y los hombres estamos construyendo nuevas formas de
convivencia de modo que sean más solidarias, más equitativas? La respuesta
debería ser un sí, sin embargo esta es una tarea que nos va a llevar más tiempo
del que nos gustaría, porque las relaciones interpersonales avanzan
vertiginosamente y no a la par de cómo nos educamos con respecto de vernos unos
a las otras, y nosotras a ellos.
Los actos de violencia no han cesado en contra de nosotras, pero también
muchos hombres se sienten descalificados por algunas mujeres. Para tener una
convivencia saludable se requiere de que tomemos un punto de partida, que debe
ser el reconocimiento de los actos de discriminación que hemos vivido las
mujeres durante muchas generaciones y que eso ha perpetuado la violencia, tal
modo que en lugar de que desaparezca se ha disfrazado en formas benévolas; al
comenzar desde ahí, muchos hombres se podrán sumar a entender los privilegios con
los que han vivido y empezar a tejer una nueva forma de relación.
Parece fácil, porque todo en el discurso lo es, pero en la práctica, en
la diaria interacción, no. Tenemos que ir más más allá de sólo de decretar que
tengamos relaciones sanas más justas y equitativas, es indispensable formular
un trato igualitario en todas las esferas, hemos realizado actividades de este
tipo, pero muy disparejas, por eso encontramos en algunos sectores de la
sociedad a hombres que se suman a nuestra causa con el firme propósito de
construir relaciones igualitarias, pero en otros sectores el machismo y la
misoginia está en su esplendor.
En nuestro país conviven diferentes tipos de movimientos de mujeres,
unos radicales otros no, y tiene que ver por la equidistancia en que nos
encontramos al buscar y apoyar a otras mujeres, mientras una buscamos que se
erradique la violencia feminicida, la violencia laboral, otros movimientos
están trabajando por tener una igualdad real y no sólo sustantiva en el trato
diario. De pronto parece que esa distancia está en paralelo y no la vamos a
disminuir.
La violencia contra las mujeres no es un tema que sea de interés genuino
para el Estado, ha habido muchos cambios en materia de reformas a las leyes,
creación de instituciones para atender la violencia, acciones que parecen estar
encaminadas a políticas públicas, etcétera, pero los trabajos no se ven
cristalizados en la interacción diaria de muchas mujeres que viven violencia;
se ha visibilizado y se han dispuesto mecanismos para que las mujeres puedan
denunciar, pero estamos ahí entrampados en los procesos que deben seguir para
alcanzar la justicia.
En la erradicación de la violencia se avanza, pero poco, porque cada
persona, cada servidor o servidora pública, cada integrante de la sociedad
civil no asumen lo que le corresponde, y hemos caído en la trampa de ver estos
temas como un acto de benevolencia y no de justicia, relacionado quizá con la
mimetización y normalización de todas las formas de discriminación que vivimos
a diario las mujeres a manos de hombres pero también de mujeres.
Estas formas benevolentes que en principio fueron advertidas por
psicólogos, fueron poco a poco tomando fuerza en las acciones de gobierno,
debido entre otras cosas a la carencia de perspectiva de género y de ver la
solución como un acto de paternalismo gubernamental.
La percepción de que las mujeres nos podamos sentir seguras en todos los
espacios es muy endeble, y es justamente una percepción que se construye por hombres
y mujeres en una forma de sexismo benevolente o benévolo [1], una
manera de hacernos creer que la oferta protectora para sentirnos seguras
proviene justamente de hombres o del Estado con acciones que se van alejando
del empoderamiento necesario para que una mujer que ha sido víctima de violencia
pueda rehacer su proyecto de vida. Parece simple, pero no lo es, el sexismo ha
estado presente como una forma de ejercicio del poder de los hombres hacia
nosotras, y en lugar de desaparecerlo, se ha transformado en una versión de
sexismo benévolo.
Eso nos hace daño a hombres y mujeres, a hombres que están en una nueva
dinámica de las relaciones sociales y a las mujeres que son víctimas de la
violencia sistemática por generaciones.
Tenemos ejemplos de esto, en hombres que son rechazados por movimientos
de mujeres por el simple hecho de serlo, y sin dar la pauta para entender que
muchos de ellos están restaurando las prácticas misóginas ancestrales, y que
por algo se debe empezar. Por otro el sexismo benevolente lo observamos cada
que ocurre una muerte violenta de mujeres, porque no hay acciones concretas a
corto plazo para prevenir y ayudar a una mujer que se sintió amenazada y
violentada.
Parece
que la misoginia[2]
está alojada en un gen de nuestra cultura, y como ejemplo el apoyo que recibió
de un grupo de senadoras el recién electo Senador Ismael García Cabeza de Vaca,
que en plena sesión del Senado es captado por un periodista en la que sostiene
una charla por WhatsApp haciendo alusión a bromas de sexo servicio al ver una
imagen de una joven. Cómo expulsar la misoginia si está tan normalizada y con
ella se trazan acciones y políticas públicas para atender, prevenir, sancionar
y erradicar la violencia contra las mujeres, y al mismo sumar a más hombres
para construir relaciones solidarias entre ambos.
[1] Sexismo ambivalente: medición y correlatos, FRANCISCA EXPÓSITO, MIGUEL
C. MOYA Y PETER GLICK, Revista de
Psicología Social, 1998, (13) 2, 159-169, Fundación Infancia y Aprendizaje,
España.
[2]
El término misoginia está formado por la raíz griega “miseo”, que significa
odiar, y “gyne” cuya traducción sería mujer, y se refiere al odio, rechazo,
aversión y desprecio de los hombres hacia las mujeres y, en general, hacia todo
lo relacionado con lo femenino Sexismo ambivalente: medición y correlatos, FRANCISCA
EXPÓSITO, MIGUEL C. MOYA Y PETER GLICK,
Revista de Psicología Social, 1998, (13) 2, 159-169, Fundación Infancia y
Aprendizaje, España.
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